Columna de Opinión – Sur Actual
Octubre 2016
Por Eduardo Sandoval Obando*
Las últimas elecciones municipales realizadas en nuestro país reflejan según el Servel (2016) que con un 97, 21 % de las mesas escrutadas la participación alcanzó sólo un 33, 9 %. Esto equivale a un total de 4 786 498 votos, de un padrón total de 14 121 316 ciudadanos habilitados para votar. Esta tendencia ya se visualizaba en las pasadas elecciones municipales de 2012, donde participó el 43,2 % de un padrón estimado de 13 404 084, vale decir, 5 797 630 votantes, de manera que el padrón electoral de Chile alcanza una abstención del 65 %. Ahora bien, ¿cómo podríamos interpretar estos resultados? ¿Cuál es el mensaje que quieren enviar los no – votantes a la clase política? ¿Cuál es el impacto real de esta abstención en términos políticos, económicos, educativos y/o culturales? ¿Cuál es el grado de representatividad real de las autoridades municipales electas?
Lo cierto es que la alta abstención electoral devela una problemática instalada en nuestra sociedad, caracterizada por un descontento generalizado, desinterés y desafección sostenida hacia el sistema político imperante en Chile, que nos obliga a la reflexión y el análisis profundo por parte de las Ciencias Sociales así como a todo aquel ciudadano que cree en la construcción participativa y propositiva de un Chile más justo, igualitario y verdaderamente democrático.
No podemos olvidar que desde hace algunos años, las instituciones políticas chilenas evidencian una serie de síntomas tremendamente negativos para la ciudadanía (Caso CAVAL, PENTA, SQM, por ejemplo, donde la impunidad y el blindaje político es descarado), producto del comportamiento “éticamente reprochable” de diversos líderes y referentes políticos en los diversos ejes del servicio público (Salud, Educación, Economía, Gobierno, etc.), donde el lucro, el afán de poder y el éxito (al mínimo esfuerzo) instalan un clima enrarecido en la ciudadanía, marcado por la desconfianza, la impotencia y el repudio hacia quienes ostentan el poder en nuestro país.
Todo lo anterior se ve negativamente potenciado por el tráfico de influencias, el cuoteo político de los cargos de responsabilidad en el servicio público (Servicio Nacional de Menores por ejemplo, donde se culpan unos a otros por el actuar deficiente, irresponsable y negligente de un Estado que sólo acarrea personajes y “autoridades” con una formación ética y técnica cuestionable, en materia de infancia y adolescencia), facilitando la mercantilización de las reformas políticas, en que el dinero y los intereses de los grupos de poder dirigen implícita o explícitamente las decisiones de los “honorables” que nos representan en el congreso, afectando dramáticamente el sentido de la democracia.
Aunque la mirada parezca catastrófica, basta con revisar los estudios internacionales de diversos organismos (OCDE, Unicef, Cepal, OMS, etc.) que reflejan las profundas desigualdades sociales existentes en nuestro país, las que se ramifican como un tumor cancerígeno sin tratamiento efectivo, llevándonos a un camino sin retorno (o al menos, con un panorama sombrío y complejo, en materia de desarrollo).
Desde la sociología, la variación de la abstención es un fenómeno emergente y tremendamente complejo de definir, pero que se explica en parte por algunas diferencias en factores estructurales de nuestra sociedad, tales como la edad, contexto de origen, nivel educativo y socioeconómico, que, al afectar los recursos personales (y, en parte, el grado en que las decisiones políticas influyen en el bienestar individual) de cada elector, modifican la probabilidad de que cada elector vote. No obstante, y en palabras de Lutz (2005), la no-participación política de una parte de los ciudadanos en los regímenes democráticos es ciertamente una de las paradojas más difíciles de analizar y afrontar en el siglo XXI.
La realización de elecciones periódicas en un país como el nuestro (municipales, parlamentarias y/o presidenciales), no significa que se trate de un sistema político democrático, ni a la inversa. No cabe duda alguna de que todo sistema democrático tiene como virtud el libre albedrío. Es decir, no es solamente la libertad de ser elegido y la libertad de elegir a uno de los candidatos debidamente registrados, pues son libertades circunstanciales y acotadas, sino la libertad de hacer un uso radical y propositivo de su libertad de voto, puesto que un país se construye con la participación activa de todos sus ciudadanos, y por otra parte, obliga a quiénes están en el poder, a la renovación total de las visiones y castas políticas añejas que promueven el caudillismo político, la mantención del statu quo y la rotación de los mismos de siempre.
Un reflejo de esto es el bajo nivel de autocrítica reflejado por algunas autoridades de la región respecto a los resultados de la “Nueva Mayoría”, quienes se culpan unos a otros por los resultados, olvidando sus propias responsabilidades, desempeño y/o capacidad política para liderar y/o captar la atención de los votantes ante proyectos políticos repetidos, monótonos y escasamente creativos.
Finalmente, y a modo de reflexión, creemos que la educación y la sociedad en general tienen un enorme desafío por delante en la tarea de recuperar aquellos procesos y espacios de formación ética, cívica y pensamiento crítico que nos permita dar el giro necesario en la construcción de un país cohesionado y verdaderamente constructivo para sus ciudadanos. Esperemos que experiencias como las de Sharp en Valparaíso, abran nuevas rutas o posibilidades de acción y transformación social en materia política.
Psicólogo. Postítulo en Sexualidad y Afectividad (U. de Chile). Diplomado en Docencia Universitaria. Diplomado en Modelo Salud Familiar (U. de Chile). Magíster en Educación, Mención Políticas y Gestión Educativas. Doctor © en Ciencias Humanas, UACH. Interventor Clínico en Salud Mental – Atención Primaria.
Correspondencia a: eduardo.sandoval@correo.udc.es
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